Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento1, y dijo:
—¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?
—¿Cómo lo podemos saber? —respondió uno dellos.
—Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo2, y se murmura que ha muerto de amores3 de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales4.
Perfil
—Por Marcela, dirásI, 5 —dijo uno.
—Por esa digo —respondió el cabrero—; y es lo bueno que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo6, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque, según es fama y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo7 dicen que no se han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles8. A todo lo cual
responde
aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver9; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar10.
—Todos haremos lo mesmo —respondieron los cabreros—, y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos.
—Bien dices, Pedro11 —dijo uno—, aunqueII no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos; y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie12.
—Con todo eso, te lo agradecemos —respondió Pedro.
Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora aquella; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído13.
—Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas14, y de lo que pasan allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna15.
—Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores —dijo don Quijote.
Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:
—Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil16.
—Estéril queréis decir, amigo —dijo don Quijote.
—Estéril o estil —respondió Pedro—, todo se sale allá17. Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: «Sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite18; los tres siguientes no se cogerá gota»19.
—Esa ciencia se llama astrología20 —dijo don Quijote.
—No sé yo cómo se llama —replicó Pedro—, mas sé que todo esto sabía, y aun más. FinalmenteIII, no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca21, cuando un día remaneció vestido de pastor22, con su cayadoIV y pellico23, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía24; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas25: tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios26, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo27. Cuando los del lugar vieron tan de improviso28 vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda29, ansí en muebles como en raíces30, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor de soluto31, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición32. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes33, de la cualV se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza: quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.